«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rom 8, 35).
Queridos hermanos y hermanas:
Con estas palabras, que hemos escuchado en la segunda lectura, San Pablo proclama una certeza irrevocable, fruto de su experiencia personal. Él está firmemente persuadido de que nada «podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (v.39), ni siquiera los acontecimientos más dramáticos ni los sufrimientos más atroces. El apóstol retoma aquí el mensaje sobre el amor de Dios que ya aparecía en el saludo inicial de la Carta a los Romanos, cuando definía a sus destinatarios como «amados de Dios» (Rom 1,7). Sobre el tema del amor de Dios vuelve sucesivamente con admirables expresiones: «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5,5). Los versículos de hoy se concluyen con el tono triunfal de un himno de alabanza, porque en las diversas dificultades, los cristianos no solamente salen victoriosos, sino que además «vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (v.37).
El beato Mariano Mullerat i Soldevila ha experimentado plenamente, en el camino de su peregrinación terrena, el amor de Cristo, y ha perseverado en este amor, no obstante, las dificultades, las tribulaciones y la persecución. Por eso la Iglesia reconoce su santidad de vida: la santidad de hecho consiste en el amor, mediante el cual permanecemos en Cristo, así como Él permanece en el Padre. La cima de la santidad se alcanza recorriendo la vía del amor: ¡no existe otro camino! Y Mariano ha ascendido a esta cima y ha alcanzado el destino de los justos y de los elegidos, del que habla el libro de la Sabiduría: vive junto al Señor porque permaneció fiel en el amor (cfr. Sab 3,1.9). A pesar de que su tiempo se caracterizó por una fuerte oleada de odio persecutorio contra el cristianismo y contra aquellos que testimoniaban la fe con las obras de misericordia, él rechazó huir y permaneció en su lugar. Continuó desarrollando, con espíritu evangélico, su misión de médico en favor de los necesitados. Al cuidado del cuerpo de los enfermos más graves, asociaba el cuidado espiritual, preparándolos para recibir los Sacramentos; al mismo tiempo que no dejaba de prestar gratuitamente las atenciones médicas a los pobres. Se convirtió así en un auténtico apóstol, que difundía a su alrededor el perfume de la caridad de Cristo.
«El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga» (Jn 12,25-26). El beato Mariano, desde los primeros años de su existencia, comprendió esta verdad: que el amor consiste en darse a sí mismo, es más, que es necesario dar la vida, tal como hizo Jesús. Siguiendo al divino Maestro, vivió con empeño su propia vocación cristiana mediante una existencia alegre y rica de frutos como laico católico, estudiante modelo, esposo y padre de familia ejemplar, comprometido en la vida social y política para difundir con coraje un humanismo cristiano. Nos encontramos ante un creyente que se tomó en serio el Bautismo, sembrando a manos llenas la levadura evangélica en la ciudad de los hombres.
En su actividad de médico, de alcalde, de periodista, se puede captar una clara y coherente vida cristiana, abierta incesantemente a las necesidades de los hermanos. Dada la situación de persecución religiosa que explotó en modo violento en el verano de 1936 el beato Mariano era consciente de que estaba poniendo en riesgo su propia vida, ya que era conocido de todos por su identidad de creyente y por su ferviente apostolado en las asociaciones laicales de la parroquia y en el servicio generoso a los últimos. A causa de este estilo de vida abiertamente evangélico, era considerado por los milicianos una persona “pública” que actuaba por cuenta de la religión católica. Precisamente por esta pertenencia suya fue capturado y asesinado por los enemigos de Cristo: pagó con el arresto, la prisión y la muerte violenta su fe en Jesús, hasta el sacrificio supremo de la vida. ¡Tenía 39 años!
Impresiona la intensidad del amor, demostrada por el nuevo beato, que alcanza el culmen en el gesto heroico de perdonar a los propios verdugos y, además, hasta inclinarse a curar la herida de uno de ellos. A la violencia respondió con el perdón, al odio respondió con la caridad que no lleva cuenta del mal recibido, que todo lo excusa y todo lo soporta (cfr. 1Cor 13,5-7). Es cierto que cada martirio tiene lugar en circunstancias históricas trágicas, que asumiendo a veces la forma de persecución, conducen a una muerte violenta a causa de la fe. Sin embargo, aún en medio de un drama similar, el mártir sabe trascender el momento histórico concreto y contemplar a sus semejantes con el corazón de Dios. Amando a sus enemigos y rezando por aquellos que lo persiguen (cfr. Mt 5,44), el mártir hace visible el misterio de la fe que ha recibido, y se convierte en un gran signo de esperanza, anunciando con el propio testimonio, la salvación para todos. Uniendo su sangre a la sangre de Cristo sacrificado en la cruz, la inmolación del mártir se transforma en ofrenda delante del trono de Dios, implorando clemencia y misericordia para los perseguidores.
El ejemplo del beato Mariano Mullerat i Soldevila es para esta archidiócesis de Tarragona, y para todo el pueblo de Dios que peregrina en España, un potente faro de luz, una insistente invitación a vivir el Evangelio en modo radical y con sencillez, ofreciendo un valiente testimonio público de la fe que profesamos. Su disposición a afrontar la persecución y la muerte como un paladín de la fe, sigue constituyendo hoy un claro ejemplo de fidelidad a Dios y de amor a los demás, incluso en circunstancias adversas. Su martirio representa para todos un importante estímulo que impulsa a la comunidad cristiana a reavivar la misión eclesial y social, buscando siempre el bien común, la concordia y la paz.
La beatificación de este fiel laico, cuyo final, como enseña el libro de la Sabiduría, «consideraban su tránsito como una desgracia» (Sab 3,2) no debe suscitar en nosotros solamente un mero sentimiento de admiración. De hecho, no es un simple héroe o un personaje de una época lejana. Su palabra y sus gestos nos hablan y nos impulsan a ir configurándonos más plenamente a Cristo, encontrando en Él la fuente de la cual brota la auténtica comunión eclesial, para que podamos ofrecer en la sociedad actual un testimonio coherente de nuestro amor y de nuestro compromiso por Dios y por los hermanos.
El nuevo beato nos ayuda, con su ejemplo y su intercesión, a no dejarnos vencer por el desánimo y a evitar la inercia. En efecto, este tiempo nuestro, como aquel en que vivió Mariano, es un tiempo de gracia, una ocasión propicia para compartir con los demás la alegría de ser discípulos de Cristo. Con su existencia y el testimonio de su muerte, nos enseña que la auténtica felicidad se encuentra en la escucha del Señor y en poner en práctica su palabra (cfr. Lc 11,28). Por esto, el servicio más precioso que podemos prestar hoy a nuestros hermanos es ayudarles a encontrar a Cristo que es «el Camino y la Verdad y la Vida» (cfr. Jn 14,6), el Único que puede satisfacer las más nobles aspiraciones del hombre.
Que la beatificación de hoy suscite en esta comunidad diocesana una llamada incisiva a reavivar la fe y que sea al mismo tiempo una constante invitación a las familias, fundadas sobre el sacramento del matrimonio, a ser para los hijos ejemplo y escuela del verdadero amor y “santuario” del gran don de la vida. Pidamos al Señor que el ejemplo de santidad del nuevo beato nos obtenga abundantes frutos de auténtica vida cristiana: un amor que venza la tibieza, un entusiasmo que estimule la esperanza, un respeto que dé acogida a la verdad y una generosidad que abra el corazón a las necesidades de los más pobres del mundo.
Que la plegaria del nuevo beato, cuya intercesión invocamos confiadamente, nos obtenga todo lo que pedimos: ¡beato Mariano Mullerat i Soldevila, ruega por nosotros!